jueves, 14 de mayo de 2015

El toque mágico de Dios en mi vida

Siempre he sido una mujer de mucha fe. Siempre he dicho que tengo un camión de fe, con dos o tres remolques para repartir. De pequeña oí de boca de mis abuelos y vecinos muchos testimonios de la fe profunda en Dios. Y se respiraba en el aire la devoción familiar por la Virgen de la Caridad del Cobre patrona de Cuba, con la historia más conmovedora de mi abuela prometiéndole que si ninguno de la familia que estaban 'alzados' en la manigua moría en la guerra, irían al Santuario del Cobre a pie. Ninguno murió y fueron.

La guía espiritual de mi madre, con un sentido muy agudo de la vida y con una confianza en Dios sin límites, me hizo apoyarme en la biblia en más de un momento crucial de mi vida para buscar su mensaje sobre una situación derterminada. El método muy sencillo:  pedirle a Dios con absuluta confianza un mensaje, abrir al azar una página de la biblia, e interpretar lo leído según la situación.El método si bien es cierto que a veces hay que repetirlo pues no siempre lo que se lee es adaptable a la situación, ha tenido una efectividad del 100% en mis situaciones límites.

Durante la universidad al compartir con amigos y familiares que habían aceptado a Dios como su pastor yo escuchaba en sus palabras una emoción y tranquilidad que nunca les había visto en los ojos.  Cuando me predicaban solo les decía: 'Yo no soy hipócrita no te puedo decir que acepto a Dios con todo mi corazón, que siento ese desbordamiento de felicidad que veo en tus ojos, porque no lo siento'. Pero seguidamente les decía: 'Yo no pierdo la esperanza de que Dios toque mi corazón, de esa forma casi mágica en que te sientes total y absolutamente protegido, feliz'.

Pero Dios se encargó de irme poniendo pruebas difíciles. Cada vez yo recurría a él. Y él me respondía, me halaba del precipicio. Me fue rodeando de gente que lo amaba: mis dos peluqueras de los últimos 7 años mientras trabajaban le hablaban de Dios a sus clientas, otras amigas más cercanas aceptaron a Dios. Yo estaba con mi corazón abierto pero esa sensación de aceptación plena no ocurría.

Hace algun tiempo viviendo en un país extranjero y con muchos planes en la cabeza me puso de nuevo al borde mismo del precipicio. El todo o el nada  se decidía en cuestión de minutos. Antes de salir de la casa con toda humildad había pedido a Dios su ayuda en el trámite que iba a realizar pues había alta probabilidad de que fuera rechazado. Pero Dios ese día mandó a un ángel a aquella oficina estatal. Un ángel que me explicó con una inusual amabilidad, y contra las reglas, cómo debían hacerse las cosas.

Cuando el trámite estuvo concluido, le di la mano al ángel y le agradecí con palabras emocionadas por todo. Al tocar aquella mano empecé a llorar y no pude contener mi llanto ahogado en un mar de lágrimas caminando hasta la casa. Yo sentí ese día que era el toque mágico de Dios en mi corazón, para consolidar esa confianza y amor pleno que solo les da  los que elige como hijos. La hora de Dios en mi vida había llegado.