Cuando yo era pequeña, supongo sería a finales de la década de los 80 o inicio de los 90, desfiló por toda Cuba la llamada Cruz de la evangelización, que si mal no recuerdo era desde los tiempos de la colonia española. La cruz era de madera preciosa, más bien oscura(quizá de caoba según mis escasos conocimientos de maderas). Yo fui una de las espectadoras -sin ser creyente habitual- que abarrotaron la iglesia de Jiguaní, para ser testigo de un evento religioso único.
La cruz se pasó algunos días, quizá 3 según mi memoria, y cada día hacían una misa católica. Disfrutaba mucho ir pues nos dieron un librito de himnos, tirados en mimeógrafo, y hasta hoy recuerdo parte del estribillo y la música de dos de ellos:
En la cruz murió un hombre un día
Hay que aprender a morir, todos los días, en la cruz con Jesús.
Y el otro:
Cristo crucificado, Cristo rey vencedor- Y seguía con un pedazo ya olvidado y terminaba con "dio la vida por la salvación".
Uno de los días de la celebración, ya al final, pedían a los que estuvieran preparados para recibir la ostia, ponerse en una fila. La ostia, para qué ocultarlo, me daba una curiosidad tremenda y un deseo de probarla... pero la clara advertencia de que solo era para los que estuvieran preparados me dejó pegada al banco de madera, mirando expectante el desfile. Y entonces presencié, con mucha vergüenza ajena y dolor, como el que ponía la ostia en las lenguas de los pasantes, le preguntó algo a una señora de muy avanzada edad que se aprestaba a recibir el cuerpo de Cristo. Y la pobre señora meneó su cabeza y se retiró cabizbaja de la fila, sin recibir la ostia.
Guardé por muchos años este recuerdo inexplicado, supe tiempo después, las normas que justificaban el rechazo. Pero ese episodio me martilló por muchos muchos años, quizá más de 30, hasta que un día de 2020, mucho después de haber aceptado a Cristo como salvador y redentor de mi vida, mi cuerpo se crispaba cuando había que tomar el vino y comer el pan de la santa cena, con la que los cristianos simbolizamos la sangre y el cuerpo de Jesús. Tuve la valentía de decirle a mi pastora de entonces: “Yo quiero que la santa cena sea para mí, un acto de pleno significado, de pleno amor y comunión con Jesús. Un recuerdo terrible de mi infancia me tortura la mente cada vez que voy a tomar el vino y comer el pan”. Y entonces pude explicar a los presentes(vía zoom) y sobre todo explicarme a mí misma el mensaje subliminar que aquel hecho me dejó sobre Dios, que era un Dios lejano al que no podía llegar cualquiera, no un Dios al que puedo hablarle todo como a un amigo y me abre los brazos sin condiciones.
Oramos mucho aquella noche, y yo sentí que hubo una liberación inmediata en mi corazón. Pedí a Dios que perdonara al que le negó la ostia a aquella señora, y que la hubiera rescatado para su reino de otra forma, donde el dogma- o religiosidad, como luego supe que se llamaba- no impida que Dios abrace a sus creaturas y que las creaturas se acerquen confiadas al trono de su gracia.
Jesús está más cerca de lo imaginamos. Al alcance de nuestra confesión*: Jesús eres mi Señor, entra en mi vida, toma mi vida en tus manos, perdona mis pecados.
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*Romanos10:9-13
9 Que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo. 10 Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación.